Vaya por delante que, ni entiendo, ni conozco a fondo lo sustancial de la fiesta de Pentecostes. Pero hay algo que no pasa inadvertido: la arrebatadora fuerza que su devoción se expande por cualesquiera de los continentes que se habitan.
Lo se y me consta por que son muchos los amigos y conocidos que profesan ésta peculiar forma de religiosidad popular y, al cabo del año, veo a miles de turistas ávidos de conocer información sobre la Virgen del Rocío que no deja indiferente a nadie. No me quedo impávido ante Ella.
El pasado Domingo, en una de esas acciones que no se planean, nos plantamos allí, en su hermosa aldea. Nos introducimos en la majestuosidad de su Templo y ante Ella nos postramos. Y da pellizco. A ciencia cierta que lo da. Mi hijo me preguntó a qué habíamos ido hasta allí. Sólo supe responder: A ver a la Virgen.
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