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viernes

La Virgen de la estampa.

Sonó el teléfono de baquelita, para avisar que la cita se adelantaba. Toda la mañana en el colegio la pasó ausente, ido, nervioso y expectante. Había llegado el día. El padrino pasaría esa misma tarde a recogerlo y el no se pudo desprender de la estampa que le había regalado. Todas las horas de clase la estampa estuvo con el, insertada en las páginas de los diferentes libros, que las asignaturas tocaban. En el patio, compartió con su inseparable Pepe, la expectación de lo que iba a vivir. Sin apenas apetito, comió lo que pudo y raudo se fue a su entrenamiento de fútbol. Pepe le animaba a que participase más activo del juego, su banda era un coladero, y es que el, estaba pero como si no. Fue sustituido y pidió permiso para marcharse antes. Cogió la bolsa, y se asustó. Rebuscaba y no la encontraba. Su estampa ya no estaba. Trató de hacer memoria, y al llegar a casa, rebuscó entre los libros, los cuadernos y la estampa no estaba. Se miró los bolsillos del chándal y tampoco. Pidió la ayuda de sus hermanos, de su madre, y todos comenzaron a buscarla. ¡Manolo!, al teléfono. Es la madrina.
Niño, tu tío ya va para allá. Preguntó a su madre cuánto tardaría en llegar un desde Triana, y supo que aún le quedaba tiempo. Una ducha rápida, camisa de cuadros azules, chaleco de pico burdeos, y el pantalón azul. Se abrochó el cinturón, metió las manos en los bolsillos, y pudo respirar aliviado. La estampa estaba en el derecho. No perdió tiempo en tratar de averiguar cómo había llegado hasta allí, puesto que usó vaqueros para ir al colegio del barrio. La tenía y eso era lo que más le importaba. La besó, y se la guardó ahora en el bolsillo de la camisa. Junto al corazón.
Suena el claxon, y el flamante SEAT 850 azul, ya estaba esperándolo. Se despidió de su madre y hermanos y se marcho con su padrino. De mayor, quería tener un coche como ese, pese a que algunas veces viniendo de los baños en los Lagos del Serrano, el padrino abría una portezuela atrás, y le daba de beber al coche, en las tórridas tardes de verano.
Salieron de extrarradio y se adentraron intramuros. Los días comenzaban a alargarse un poco más pero enseguida oscureció. Un dédalo de calles estrechas recorrieron, hasta llegar cercano a la cita le había preparado el padrino. Bajaron del coche, se enfundó la trenka azul, y le dio la mano a su padrino. ¡Mira! Le dijo. Casi pierdo la estampa que me diste el día de mi cumpleaños. El lo miró con una sonrisa cómplice y lo llevo en otra dirección a la esperada. ¿Dónde vamos? Te recogí antes, para pasarnos primero por mi papeleta de sitio.
No supo entenderlo, pero no preguntó.
Al llegar al destino el padrino se entretuvo saludando a los amigos. Este es mi sobrino. Le puso a repartir besos entre hombres mayores y espigados, que casualmente casi todos usaban gafas como las del padrino. Pequeñas, redondas y de pasta. Un señor con una pluma, redactaba una cédula con una enorme greca en verde. Se la dio al padrino que soltó algún billete azul de 500 pesetas en una bandeja de plata. Toma tu cruz y sígueme, podía leerse entre símbolos.
A continuación nos dirigimos a rezar unas oraciones donde le explicó el significado de ése texto y la profundidad del mensaje de La Vera Cruz.
El padrino, hombre de iglesia comprometido, trabajaba en una farmacia del barrio, y era constante en sus visitas a sus dos hermandades. Bajamos por una calle estrecha donde un convento cerraba sus puertas. Unos leves tañidos de campana hicieron dirigir la mirada a la cuadrada torre que se avistaba al final de la calle.
Vamos a ver al Señor. Entraron en la Iglesia redonda, oraron y depositaron un beso en el talón del Cristo.
Pasaron por la puerta de la Iglesia de la torre, ya estaba cerrada. El padrino ni se inmutó. Se dirigieron a una casa cercana con una enorme puerta. Allí había un grupo de personas afanadas en labores similares a las que había vivido momentos antes. Guardaron cola, y el llamó la atención del padrino. ¡Mira! En la pared hay foto como la que me diste. La sacó de su bolsillo junto al corazón, y la sonrisa leve de su padrino, le hizo saber que era correcto.
Al fondo de la casa, un señor con pelo cano, salió a abrazar al padrino. Otro beso a éste señor que dijo: Vamos a ver lo que tenemos por aquí.
Sacó de un estante una bolsa de color gris verdoso, con un número de dos cifras en negro impreso. Un cinturón de esparto, y una túnica blanca de hilo gallego. Mientras éste señor se la probaba el padrino recogía dos nuevas cédulas blancas y azules.
Le dio la que iba a nombre de Manuel, y él le dio un beso. Este año me estreno como nazareno de Sevilla dijo.
El hombre del pelo gris le dijo que aguardasen un poco, y allí Manuel, estuvo viendo las fotos que colgaban de la pared, haciendo preguntas sin dejar de comparar su estampa con la de la del cuadro.
Se apagaron las luces de la casa y marcharon los tres. El hombre, que se llamaba Enrique, dijo: Vamos a la Parroquia. Entraron por una puerta pequeña. Había muy poca gente. La Virgen de su estampa estaba sin corona, con poca ropa, y en lo alto del paso. Allí un señor se afanaba en acicarLa. No paraba de hablarLe a la Virgen, de murmurarLe cosas. Enrique se acercó hasta el paso, y estuvo hablando con el vestidor.
¡Manuel!, sube aquí, que necesito ayuda para que me den los alfileres. Se cortó. Estaba ruborizado pero el padrino le animó a que lo hiciese. Hola soy Fernando, y le besó en la frente. Y allí se encontraba el, junto a la Virgen de su estampa.
No sabe ni el tiempo que pasó, ni casi lo que hizo. Sólo tenía ojos para Ella. La del Nombre más sencillo, la del Nombre más hermoso, la del Nombre más Dulce.
Era tarde. Finalizada las emociones, Fernando le dio un alfiler de la cajita. Enrique lo pinchó en la talega de los números negros, y se despidieron no sin antes contemplar el monumental Tribunal que había en el paso dorado, donde todos parecían hablarle al Señor que le pegaban. ¡Ya hay que ser malo para darle una bofetada al Hijo de Dios exclamó Manuel!
Un vistazo más a la Virgen de la estampa en su paso plateado, y abandonaron la Parroquia por la puerta pequeña.
El 850 Azul, abandonó la ciudad antigua, y se dirigieron por la carretera de Carmona a los pisos de altos bloques donde vivía Manuel. Apenas si hablaron. El padrino le miraba, sabiendo que el recordaba cada momento de los vividos. Se llevaba tres tesoros a casa. La taleguita con la túnica blanca, su primera papeleta de sitio, y el alfiler de la Virgen. Se dieron un beso, y cargado con sus cosas las depositó junto a la mesilla de noche. Se puso el pijama, no sin antes coger su estampa de la camisa de cuadros, darle un beso, y colocarla junto a la almohada.
Se quedó dormido soñando con su primer Martes Santo, junto a su Virgen de la estampa, que cada día contempla tras el cristal de un viejo cuadro.

A mi padrino: José Gutierrez Cumplido

6 comentarios:

Elena Moreno dijo...

Precioso relato...

Un abrazo, amigo.
E.Morillo

@ManoloRL dijo...

Gracias Ele...

sinelabecastulo dijo...

Relato cargado de sentimientos y emociones que nunca se olvidan...precioso.
Un abrazo.

@ManoloRL dijo...

Otro para ti Fran.
Gracias por la visita.

Anónimo dijo...

Ahora mismo me tienes llorando como un auténtico crío.

Muchas gracias Manolo por deleitarnos con esto.

Tu hermano Jose Molina

@ManoloRL dijo...

Gracias José. Tu también como yo, has sido partícipe de numerosas vivencias bofeteras, algunas de ellas compartidas en los más de 20 años que juntos, hemos realizado nuestra Estación de Penitencia, con el Abofeteado.
Un gran abrazo Hermano.

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