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viernes

Opinión. Algunas verdades de las cofradías. El diputado de cruces en Arte Sacro.


Hace algún tiempo, este diputado se atrevió a expresar su creencia acerca de la necesidad de una redefinición de la Semana Santa de Sevilla, que debía surgir de un debate entre todos los estamentos cofrades, en el que una voz muy importante a ser oída, alta y clara por una dichosa vez, debía ser la del pastor de la iglesia sevillana (que ya está bien de tanta prudencia). A la luz de los acontecimientos recientes, ese debate se hace cada vez, en mi opinión, más necesario, pues creo que estamos perdiendo todo norte. ¿Para qué fundamos nuestras hermandades? ¿Para y por qué salimos a la calle? Eso sí, si la respuesta es que todo esto es sólo una fiesta y un espectáculo de los sentidos para lucimiento de unos y otros, entonces el equivocado soy yo y todo lo que sigue sobra.
Ahora bien, si estamos hablando de una celebración de raíces cristianas, donde deberían prevalecer estos valores cristianos, no se entiende muy bien todo lo que se está leyendo y escuchando referente a la incorporación de nuevas hermandades para hacer estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral (como tampoco se entiende nada en absoluto lo que está ocurriendo con la Hermandad de la Resurrección), especialmente en el caso de algunos cargos en hermandades a los que hemos conocido y apreciado por su enorme valía y sensatez cuando compartían filas de simples nazarenos con nosotros y que, conforme se acercan y tocan la vara dorada, parece que son personas distintas o, al menos, con opiniones radicalmente distintas. ¿No deberíamos estar todos muy contentos porque más hermanos nuestros se nos unan en algo que consideramos bueno y conveniente y hacer todos los sacrificios posibles e imposibles para facilitarles su camino? ¿No deberíamos estar todos locos por recibirlos a nuestro lado? Pues no, todos son objeciones y dilaciones.
Por ejemplo, está eso tan manido de la medida de la Semana Santa. Se nos deja caer como una losa esa conocida sentencia de “ya no caben más cofradías”. Pero, yo me pregunto, ¿por qué? ¿Quién o qué establece esa capacidad? “Es que las sillas estarán vacías cuando pasen” ¿Y qué? ¿No ocurre lo mismo con las primeras (y las últimas) de todas las jornadas de la semana? Lo fundamental es que la Catedral estará abierta para esas nuevas hermandades, para hacer allí su estación de penitencia. Y eso es lo importante de verdad. ¿O no lo es? “Es que no pueden estar pasando todo el día cofradías, porque ya alteramos bastante la vida de la ciudad”. Y eso lo dicen quienes parece que se dedican a pasear pasos hasta altas horas de la mañana, alargando innecesariamente itinerarios, saludos y “revirás”, tocando marcha tras marcha, sin preocuparse de sus cuerpos de cansados nazarenos, a los que obligan a parar y parar una y otra vez, ni de mayores, niños y trabajadores que necesitan dormir. Ellos sí pueden hacerlo, pero no los demás. Y si, efectivamente, hay alguna razón, que yo no llego a comprender, pero que no dudo pueda existir, por la que las actuales jornadas de la Semana Santa no puedan aumentar el tiempo de paso de cofradías para incluir alguna más, pues cedamos todos cinco minutitos (que es posible, que sí, una marchita menos, una “reviraíta” algo más rápida, un poco menos de coreografía en la “santa” Campana y se puede, vean si no los vídeos del año pasado) y asunto arreglado. ¿No sería eso compartir nuestros recursos como buenos hermanos?
Por otra parte, me resulta difícil de creer que 57 (bueno, 56, que ya sabemos que la Resurrección no pinta nada para algunos) sea la medida justa y que no pueda aumentarse este número. Si es que ya sobran algunas (o muchas), establezcamos el número adecuado y hagamos un turno de manera que a todos (a todos) nos toque, cada algún tiempo, quedarnos un año en casa o, al menos, en la feligresía. Repito, ¿no sería eso compartir nuestros recursos como buenos hermanos?
También oímos eso de “las cofradías nuevas, por su barrio, que para eso se crearon”. Anda que si todos estuviéramos cumpliendo nuestros objetivos fundacionales, la Semana Santa no se parecería en nada a la que conocemos ahora. ¿Por qué no nos quedamos nosotros en nuestros barrios y nos empeñamos en ir a la Catedral? ¿Por qué las razones que valen para nosotros no valen para nuestros nuevos hermanos? ¿Y qué me dicen de ese pasarse la pelota de un día a otro de la Semana Santa (tú siete, yo ocho), como si esos días fueran propiedad de las hermandades que salen en ellos? ¿O lo de la categoría artística (y de la otra) de las nuevas, cuando aquí cada año estrenamos enseres o marchas, sin ningún tipo de control por parte de nadie, algunos de muy dudosa calidad o inventamos itinerarios y honores artificiales, entre otras cosas, que son un auténtico atentado contra la razón y la tradición?
Lo último que hemos podido leer y escuchar es lo de “las nuevas, al final, delante de mí, ninguna”. Es decir, lo que yo ya no quiero para mí y me molesta, para los nuevos (aunque hasta hace muy poco, ¡cómo cambian los tiempos!, todavía escuchábamos eso de “por detrás mía, ninguna más moderna, que hay que respetar mi antigüedad”). ¿Por qué no nos ofrecemos a pasar los primeros y así tenemos nuestro problema resuelto, en vez de querer todos ir a media tarde, que parece que ahora es la hora buena, como antes lo era la noche?
En fin, estas son algunas de las verdades actuales de nuestras cofradías. Gracias a Dios, hay muchas otras más de, eso, de verdad. Lo malo es la imagen tan lamentable que estamos dando como cristianos ante una sociedad que nos observa con mucha más atención de lo que creemos.
Me repito una vez más, ¿para qué salimos las cofradías a la calle? ¿Qué nos enseñan nuestros titulares cuando lo hacemos? ¿Hemos aprendido algo de Aquél que no se aferró ni a Su vida por sus hermanos, mientras nosotros nos aferramos a un día, a una hora, a un privilegio supuesto?

diputadocruces@yahoo.es

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